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viernes, 6 de marzo de 2020

Los Códices como medio de instrucción del clero

III. 

Los Códices como medio de instrucción del clero. - Inventada la imprenta perdieron casi todo su interés.

Para manifestar la grande solicitud que tuvo la iglesia de Tortosa desde los tiempos más remotos en la instrucción del clero, bastará citar un documento que podemos llamar oficial.

A los diez años de haber sido reconquistada esta ciudad, o sea el 1158, se dictó la primera Ordenación relativa a la organización de esta iglesia; titúlase Prima Ordinatio Ecclesiae Dertusensis. En el mismo año otorgó el Cabildo de Tortosa una carta de concordia o hermandad con el Cabildo de Tarragona; y entre los varios puntos que comprende hay uno que dice, que cuando un canónigo de Tarragona viniere a Tortosa, además de admitírsele en el coro y en la mesa de la comunidad, se le admitiese también a las conferencias que se daban en el claustro de la iglesia. Prueba esto que el Obispo y el Cabildo (que entonces vivían juntos en el convento o casa de la iglesia) atendían de un modo muy principal a la instrucción y al estudio, toda vez que sin desatender las obligaciones de su cargo, tenían conferencias literarias, collationes, en el claustro de la catedral.

Esta idea tan laudable sobre la instrucción del Cabildo y clero, no sólo no disminuyó en la iglesia de Tortosa en el transcurso de los siglos, sino que de cada día fue en aumento. Lo manifiesta una constitución que en 20 de mayo del año 1435 dieron el Obispo D. Otón de Moncada y el Cabildo. Acordóse en ella, que nadie pudiese obtener en la catedral de Tortosa Canongía o Dignidad, que no fuese Doctor o Licenciado en Teología o en Derecho civil y canónico, o al menos Bachiller en Teología.

Todo revela la suma importancia que en esta iglesia se daba a la ciencia, que si es necesaria en todas las profesiones, se requiere de un modo especial en el clero. Para prepararlo debidamente a fin de que pudiese seguir los estudios superiores, consta en un acta capitular del 26 de mayo del año 1498, que el Cabildo pagaba un Profesor que tenía a su cargo la enseñanza de gramática y humanidades; siendo de notar que este Profesor un mes antes de comenzar el curso, debía presentarse al Cabildo, o sea a una comisión del mismo, pera notificarli les llisons del any sequent; que es como ahora diríamos, para enseñarle el programa y aprobarlo si estaba conforme.

Este dato sirve para confirmar el punto que nos ocupa, a saber, que la adquisición de los preciosos Códices que en los siglos pasados constituían la Biblioteca de la catedral de Tortosa, estaba en su misma organización, en la cual se daba un lugar muy preferente a la instrucción del clero. Y aunque no consta de un modo tan expreso sobre los demás estudios, sábese que se daban todos los necesarios bajo la protección de la iglesia.

Atendiendo, pues, a que los Códices eran un elemento indispensable para este objeto, no hay que extrañar la suma diligencia que puso la iglesia de Tortosa por adquirirlos y conservarlos. Cuando los canónigos vivían en comunidad y cada uno tenía su respectivo cargo, como sucede ahora con los religiosos, solían hacerse inventarios de todos los objetos que pertenecían al Cabildo. Entre estos objetos estaban los Códices o libros.

De dichos inventarios se conserva uno en el archivo capitular, que es del año 1458. Al examinarlo llama la atención desde luego el número tan considerable de Códices que entonces había en esta iglesia, mucho mayor del que hoy día existe. De modo que en el largo transcurso de los tiempos han debido perderse muchos; y decimos perderse, porque la desaparición de tantos Códices no puede atribuirse a infidelidad ni a descuido de los encargados de su custodia, sino que principalmente se debe a las corrientes de algunas épocas que nos han precedido, en las que no había de mucho el gusto y la afición de ahora de conservar e investigar los objetos arqueológicos.

Así se explica que cuando se descubrió la imprenta, y los libros ya pudieron adquirirse con más facilidad y economía, quedaron los Códices retirados en los archivos y bibliotecas de las catedrales; de igual modo que en la actualidad se retiran en los parques de guerra los armamentos antiguos, que han sido reemplazados por otros modernos y más útiles.

Estuvieron, pues, los Códices algunos siglos en la biblioteca de esta catedral, sin hacerse ningún uso de ellos; y a pesar de tener un notable valor histórico, y ser muchos de ellos de gran mérito aún como objetos de arte, se comprende que no excitaron la codicia de nadie. Prueba de ello es, que en los graves conflictos que ha pasado esta catedral, especialmente en la entrada del ejército francés en el infausto día 12 de julio del año 1648, aunque consta que el ejército invasor se apoderó de muchas alhajas y reliquias de la iglesia nada se dice de los preciosos Códices del archivo.

Lo mismo sucedió cuando el sitio del año 1810, y en la entrada de las tropas de Napoleón I en Tortosa el día 2 de enero de 1811. Entonces consta que luego que comenzó a prepararse el sitio, dispuso el Cabildo que un buen número de alhajas se enviasen a Peñíscola, donde se conservaron hasta que pasó el peligro. Las demás se escondieron con grandes precauciones y pudieron salvarse; pero nadie pensó en tomar ninguna precaución respecto de los Códices, y continuaron seguros en el mismo lugar del archivo donde estaban.

Ocurrió además un suceso digno de mencionarse por lo que se refiere a nuestro objeto. Entre las varias notas que existen en el archivo de esta catedral referentes al tiempo de la dominación francesa, hay una que dice, que el Comisario de Policía del gobierno francés, obedeciendo órdenes
superiores, hizo un escrupuloso registro en la catedral los días 27 y 28 de julio del año 1812, pidiendo al efecto las llaves de todas las dependencias que reconoció con la mayor minuciosidad.

Desde luego se puede suponer que registró también la biblioteca, y vio los libros o Códices que ocupaban algunos armarios; mas no debieron llamarle la atención, ni excitaron su codicia, pues no consta que las autoridades francesas se apoderasen de ningún Códice; y eso que como es sabido, los franceses se llevaron muchas alhajas y otros objetos de las iglesias y de los particulares, donde no las pudieron poner a salvo.

Esto confirma lo que se ha indicado antes, respecto a que en ciertas épocas no había de mucho la afición de ahora a los Códices antiguos, y de ahí que no se les diese el mérito y el valor que realmente tienen.

historiadores-tortosa-respecto-códices-vicisitudes

CÓDICES DE LA CATEDRAL DE TORTOSA

LOS CÓDICES DE LA CATEDRAL DE TORTOSA, 
POR EL
Dr. D. RAMON O'CALLAGHAN,
Canónigo Doctoral de dicha Santa Iglesia,
Archivero del Excmo. Cabildo, y por el Excmo. Ayuntamiento Cronista de Tortosa.
TORTOSA.
Imp. católica de José L. Foguet y Sales, Moncada,49.
1897.

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Editado por Ramón Guimerá Lorente.

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Sume tibi librum grandem, et scribe in eo. Isaiae 8, 1.

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En el Apéndice a los ANALES DE TORTOSA que publicamos hace poco, dedicamos un capítulo al archivo de esta catedral, reseñando brevemente sus riquezas históricas. Entre estas figuran de un modo muy distinguido los preciosos Códices que posee, muchos de ellos admirables no sólo por su valor histórico, sino también como objetos de arte, pues revelan la altura que este alcanzó en los tiempos pasados. También son dichos Códices un grande honor para la iglesia de Tortosa, porque manifiestan la importancia y el poder que tuvo en aquella época, en que invirtió cuantiosas sumas para adquirir estos libros; y el noble anhelo que la distinguió por conservar y difundir el sagrado depósito de la ciencia, que recibió con una mano de las generaciones antiguas, y trasmitió con la otra a las que habían de venir, las cuales agradecidas, no pueden menos de admirar este legado que por todos conceptos es de un gran mérito. Para darlo a conocer, supuesto que forma una de las mayores glorias de esta iglesia, ofrecemos a nuestros amigos en este libro un catálogo o reseña de sus preciosos Códices, tanto más interesantes en cuanto se han conservado prodigiosamente al través de los siglos, y entre las muchas vicisitudes que ha pasado esta ciudad, en las guerras, sitios y trastornos de todas clases.

Tortosa enero de 1897.

I.

Introducción.- Inventario de los Sres. Denifle y Chatelain.

La afición de cada día mayor que se observa respecto a las investigaciones históricas, y el estudio a que se prestan los datos ú objetos que con frecuencia se descubren, han creado un sinnúmero de asociaciones, destinadas exclusivamente a fomentar dichos descubrimientos y a conservarlos.
Ciertamente que a estos trabajos de investigación se puede aplicar con toda propiedad aquella máxima de los sagrados libros: Colligite quae superaverunt fragmenta ne pereant. Recojed los fragmentos que han quedado, para que no se pierdan.

La facilidad y economía en los medios de comunicación de la época actual, también ha sido un poderoso auxilio sobre este punto. Calcúlense las molestias y dispendios que se debieron ofrecer al P. Florez, cuando a mediados del siglo XVIII hubo de recorrer toda nuestra nación para escribir su «España Sagrada». Lo mismo puede decirse de la obra que con igual título escribió el P. Risco a principios de este siglo, y del «Viaje literario a las iglesias de España» del P. Villanueva.

Dada la actual facilidad de las comunicaciones, se comprende que por todas partes se multipliquen los viajes literarios. Concretándonos a esta catedral, han sido varias las comisiones y personas particulares que con motivos científicos la han visitado de algunos años a esta parte. Recordaremos el sabio P. Fanla, Religioso italiano de la Órden de San Francisco, que vino el año 1876 con objeto de recojer datos para la colección de sermones de San Buenaventura que publicaba dicha Orden religiosa. Posteriormente, el año 1878 estuvo aquí el muy ilustrado Dominico P. Rivas, autor de la Historia eclesiástica que sirve de texto en muchos Seminarios de España, quien junto con otro
Dominico español examinó los Códices de este archivo, tomando notas de grande interés sobre las obras de Santo Tomás de Aquino.

Dos años después vino por primera vez a esta ciudad, con igual motivo de inspeccionar las obras de Santo Tomás, el distinguido P. Enrique Denifle, también Dominico, austríaco de nación, sub-Archivista del Vaticano, acompañado de otro Religioso francés de la misma Orden. Ambos hicieron grandes elogios de los Códices que posee esta iglesia. El año 1880 volvió otra vez el P. Denifle, tomando interesantes apuntes, y fijándose de un modo especial en un Códice del siglo XIII, que contiene la exposición del Credo o Símbolo de los Apóstoles, obra del Dominico P. Raimundo Martín, el cual Códice además de su gran mérito, tiene la particularidad, según dijo el P. Denifle, de ser el único ejemplar que ha visto en las muchas bibliotecas que ha tenido ocasión de examinar.

En 1892 visitó este archivo y examinó los Códices, el sabio Jesuíta alemán P. Guido Dreves, escritor de gran nota y censor de libros en el colegio de Exacten, quien recorrió los archivos y bibliotecas de España y de otras naciones, buscando datos para una obra de Liturgia antigua que escribía, y según manifestó los halló de mucho interés en los Códices de esta catedral. Al poco tiempo vino el notable escritor, también Jesuita y alemán, P. Francisco Ehrle, individuo del Consejo Directorio de la Biblioteca del Vaticano, quien visitó esta iglesia y examinó el archivo, al efecto de completar algunas noticias relativas al cisma de Occidente y al llamado Papa Luna, sobre todo lo cual tenía muy adelantada una obra histórica.

En 1894 visitó asímismo este archivo un joven seglar inglés, llamado Arturo S. Hunt, a quien recomendaba para los fines de su viaje literario la Universidad de Oxford, en Inglaterra, según un documento que presentó librado por dicha Universidad. El objeto de este viajero era tomar notas y hacer un índice de los Códices para una obra que sobre esto debía publicarse. Al efecto formó un catálogo numerado, expresando el título del libro o Códice, siglo en que fue escrito según su opinión, y alguna otra particularidad digna de notarse.

Pero el trabajo de más importancia y de mayor mérito respecto a clasificar los Códices, débese a los muy ilustrados Archivistas, el citado P. Enrique Denifle, y D. Emilio Chatelain, francés de nación y Bibliotecario de la Universidad de París. Estos dos notables escritores visitaron el archivo y examinaron los Códices de esta catedral a primeros de septiembre del año 1895. El P. Denifle los conocía perfectamente pues esta era la tercera vez que venía a Tortosa con este objeto. Así se explica el que a pesar de los pocos días que emplearon en su cometido, el trabajo practicado por dichos señores es muy perfecto según veremos.

Se edita en París una publicación titulada «Revista de Bibliotecas, la cual como su nombre indica, tiene por objeto dar a conocer todo lo más notable que contienen las bibliotecas y archivos de Europa. Tal fue el aprecio que aquellos distinguidos escritores hicieron de los Códices de esta catedral, que formaron un Inventario muy completo de todos ellos, clasificándolos por el siglo en que cada uno fue escrito, haciendo sobre muchos Códices observaciones que aunque breves son de grande interés y revelan un criterio superior.

El número de dicha Revista correspondiente a los meses de enero y febrero de 1896, se destinó exclusivamente a dar cuenta de los mismos. Forma un cuaderno que se titula Inventarium Codicum manuscriptorum Capituli Dertusensis.

Le precede, escrito en elegante latín, un prólogo que firman los dos ilustres archivistas. Dicen en él, que era muy grande su deseo de examinar los Códices de esta catedral; y que después de haber inspeccionado el archivo de la de Barcelona, vinieron a Tortosa a primeros de septiembre de dicho año 1895, los días en que esta ciudad estaba engalanada, reinando en ella la mayor animación con motivo de celebrarse las anuales fiestas de la Virgen de la Cinta. Ello no obstante, pudieron satisfacer cumplidamente sus deseos, examinando como querían todos los Còdices de esta catedral.

Después de expresar esto dan una idea general de los Códices y del sitio donde están colocados, pareciéndoles bien los trabajos y dispendios que se han hecho de pocos años a esta parte, a fin de asegurar por largo tiempo la conservación de tan preciosos libros.

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